Crónicas de la debacle

por | Mar 12, 2014 | Perfiles | 0 Comentarios

Para los que nacimos a mediados de los setenta y principios de los ochenta, Ramón Aguiló fue el alcalde mítico de una ciudad que nosotros desconocíamos políticamente. Quiero decir que la Palma de Aguiló, la de nuestra adolescencia, nos llegó a través de la generación de nuestros padres o la de algún hermano o amigo mayor y no por experiencia política directa. Admirábamos a Aguiló —y a Félix Pons— por contraste con la ciudad prepotente y gris del alcalde Fageda, que representaba todo, o casi todo, lo que creíamos caduco. Fueron unos años de cambio que coincidieron con el rock del pelotazo.

De Cañellas a Jaume Matas, en las Balears se entronizó una forma de concebir la política en cuyo epicentro intelectual se situaba el regionalismo vacío —y rentable— de Maria Antònia Munar. Apartado de la alcaldía, Aguiló pugnó durante un tiempo por dar el salto al ruedo autonómico pero las circunstancias se lo impidieron. En toda España, la democracia parlamentaria viraba decididamente hacia el control férreo de las estructuras de los partidos. Europa dejó de ser un horizonte cultural para convertirse en el paradigma del nouveau riche. Una nueva élite excluyente se instaló en las autonomías, alimentada por los parásitos de las subvenciones, la potencia crediticia de las cajas de ahorro y el lápiz urbanístico en manos de las instituciones. Hay algo especialmente trágico en esta oportunidad perdida de lo que pudo ser Mallorca y que revela la maldición de una sociedad que se disuelve, víctima del cinismo del dinero y del poder, de la ignorancia y de la ambición. Aguiló abandonó el PSOE en diciembre del año 2000 y se marchó a su casa, hay que suponer que hastiado ante los vicios de la partitocracia, ante el sectarismo de la clase política y la metástasis de la corrupción. Sin embargo, primero en las páginas de opinión de El Mundo y, poco después, de Diario de Mallorca, los lectores pronto descubriríamos a un analista político de alto nivel, dotado de la doble condición de insider y outsider, que ejercía el deber de la libertad y que además lo hacía apoyado en un fuerte sentido de la moral pública.

Bajo el título Crónicas de la debacle, la editorial Sloper acaba de presentar una antología, ordenada cronológicamente, de los mejores artículos de Ramón Aguiló publicados entre 2008 y 2013 —ese lustro que ha simbolizado el final de una ilusión—. La lectura conjunta del libro guarda un valor casi profético: el de la destrucción lenta y sistemática, como el tictac de un reloj, de todo aquello en lo que creíamos. Resulta imposible poner en duda el rigor impecable de su análisis, los sensacionales retratos de época y la disección, clara e iluminadora, de las sombras del poder. Su definición de la clase política española como “una casta profesionalizada de mediocres que aspiran al monopolio del poder” describe con exactitud el auténtico núcleo de la crisis de representación en la que estamos inmersos. Para los que creemos en las virtudes del modelo parlamentario liberal —“en el que la esencia de un Estado de Derecho no estriba únicamente en la salvaguarda de unos derechos sino en unos procedimientos legales a los que debe someterse el poder”—, el eje de la representación resulta primordial. Hablo de la cualificación de las elites llamadas a dirigir el país, que debería responder a unos mínimos que nos garanticen al menos que la nuestra no es la peor clase dirigente posible. La tragedia de la democracia española ha sido precisamente el efecto corrosivo que la partitocracia ha supuesto en la selección de esas elites y que ha terminado por quebrar los cimientos morales del país y los fundamentos de la confianza social. Columna a columna, año tras año, en Crónicas de la debacle Ramón Aguiló dibuja el retrato perturbador de un sistema que se aleja de los modelos inclusivos para asumir peligrosamente las retóricas fugitivas de los antisistema. Y les puedo asegurar que, en el futuro, cuando algún historiador quiera entender la génesis de lo que nos sucedió, deberá leer este libro imprescindible.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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