«Pisa, de nuevo»

por | Dic 11, 2013 | Animal Social | 0 Comentarios

Las expectativas se anudan al deseo; la objetividad, en cambio, requiere datos. Del análisis de los resultados de PISA 2012 se deducen dos grandes titulares a nivel global: el éxito arrollador de Asia y el fracaso relativo – aunque significativo – del modelo finlandés. Una lectura fina daría más titulares, ninguno irrelevante. Por ejemplo que dos naciones periféricas de la nueva Europa – Irlanda y Polonia – acechan el tambaleante liderazgo de Finlandia, mientras que las reformas educativas planteadas en Canadá y Noruega – frente al habitual inmovilismo sindical de otros – están dando frutos. O que la fractura de clases en Estados Unidos no merma la potencia de sus elites cognitivas, con el Estado de Massachussets encaramado al sexto lugar del ranking de la OCDE.

En la geografía líquida del conocimiento, el largo recorrido de la mediocridad educativa abona las retóricas maniqueas en la política y la irrelevancia productiva e intelectual de un país. Sencillamente, al no apostar por la excelencia, las tradiciones que se sedimentan – falta de rigor, falta de esfuerzo, falta de inteligencia y de innovación -, definirán el rostro cambiante del siglo XXI.  Singapur no ha dudado en aplicar la inmersión lingüística en inglés con un éxito aplastante. Las bondades de su currículo matemático – recientemente actualizado – se ha extendido con rapidez a lugares tan distantes como Chile, California e Israel. En Corea del Sur, la probabilidad de que un alumno alcance la universidad supera el 75%. Los estudiantes chinos copan los programas de doctorado y los masters más prestigiosos de los Estados Unidos. Aquí, alguna universidad todavía ofrece postgrados en ámbitos tan relevantes de la pseudociencia holística como la pedagogía sistémica y las constelaciones familiares. A pesar de ello – o quizás también por ello -, PISA constata que el vademécum educativo en España resulta irrelevante y costoso.

En 1937, el pedagogo republicano José Castillejo (1877-1945) observó que la reforma de la enseñanza de nuestro país “requeriría un curso tranquilo y estable de medio siglo con una meta definida a la vista, con gran elasticidad en la manera de alcanzarla. Un directorio apolítico sería el órgano adecuado, aunque es casi inconcebible en el futuro próximo”. El franquismo estaba entonces a la vuelta de la esquina, pero muchas de las consideraciones del intelectual extremeño mantienen su vigencia. Así, la necesidad de pactos de Estado de largo recorrido – medio siglo, apunta él – frente a la habitual confrontación partidista, dejarse de apriorismos ideológicos y prestigiar socialmente la educación como un factor clave de cohesión y de futuro. La casuística señala que, con apuestas claras y decididas, fruto del consenso general, las reformas fructifican con rapidez. En este sentido, los sucesivos informes PISA ofrecen un mapa de ruta de los cambios necesarios: dotar de mayor autonomía a los centros, mejorar de forma significativa la calidad del profesorado, incidir más en el trabajo cooperativo y en el uso intensivo de las nuevas tecnologías. Actualizar el currículum de las disciplinas resulta crucial, poniendo mayor énfasis en el análisis y en el uso de la información que en la exclusiva memorización. La excelencia académica conjuga la solidez de los cimientos escolares con el tejido social de las familias. El pronto abordaje de los problemas de aprendizaje actúa como un bálsamo fundamental, si se quiere preservar el sentido de la equidad. Las circunstancias socioeconómicas se solapan con los problemas académicos ahondando la brecha cultural de clase. En un mundo que tiende a la divergencia, la propuesta educativa debe dar respuesta a una aparente contradicción: casar la obligada igualdad de oportunidades con las exigencias de la meritocracia global. No es algo que se pueda solucionar con ocurrencias ni con leyes destempladas sino sólo con inteligencia social, la asunción de una cultura del esfuerzo y la voluntad de superarse.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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