La convicción

por | Jul 5, 2013 | Animal Social | 0 Comentarios

Si me preguntaran cuál es nuestra carencia principal, yo contestaría: la convicción. Rafa Nadal gana sus partidos por el coraje con que enfrenta las adversidades (entre ellas, una rodilla dolorida de forma crónica). La Roja, en cambio, perdió ante Brasil por el hastío que provoca el éxito continuado. Como es lógico la textura vital de las sociedades requiere de unas estructuras, pero a menudo tendemos a exagerar su valor. Por supuesto, no creo que debamos despreciar las instituciones que aplican las leyes ni la estructura industrial del país ni la tradición educativa ni la realidad socio-económica ni la solidez de las clases medias…; más bien al contrario ya que, como en un círculo virtuoso, la calidad genera calidad. Pero sin tesón, carecemos de esa certeza íntima que convierte lo dificultoso en posible.

¿Que distinguía – por ejemplo – a Chamberlain de Churchill? Las circunstancias históricas y la convicción. Ambos eran conservadores, creían en el parlamentarismo y en los valores del Imperio Británico. Ambos amaban a su país y representaban los ideales de la civilización inglesa. Pero el carácter de uno y otro era diferente, así como su capacidad de luchar contra el nazismo. Y fue precisamente Churchill – su decisión de no ceder – quien en primera instancia salvó a Europa, mientras que Chamberlain pasará a la Historia como un paradigma de la deshonra. De hecho, hoy sucede algo similar. Hay naciones con una firme voluntad de progreso y otras sin ella. Hay gobiernos que encaran los problemas y otros que los rehuyen. Hay sociedades que saben lo que quieren y otras que vegetan presas de la inseguridad, del ensimismamiento y de la confusión. ¿En qué se diferencia la República China de la Unión Europea? Básicamente en la falta de libertades democráticas y en el deseo de ser – incluso a costa de sus ciudadanos – uno de los poderes centrales del siglo XXI. Y luego en la certeza de que el hombre puede esculpir su futuro.

La maldición del derrotismo, sin embargo, es una constante española. Como lo es su arraigado sentido de la decadencia. Quizá se trate de algo connatural a la pérdida de un imperio. Con el Conde-Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, ya proliferaban los teóricos de la regeneración. El XVIII y el XIX son siglos perdidos y no sólo por las derrotas coloniales. En 1898, una nueva promoción de escritores – Baroja, Azorín, Maeztu, Ganivet, Unamuno… – vuelve a plantear el tema de la decadencia. Hoy sabemos que la singularidad española no fue tal y que el acceso a la Modernidad resultó no menos dificultoso en el resto de Europa. Nada es tan lineal. Ni tampoco tan sencillo.

Pero en la mentalidad del país perdura esa noción sentimental del fracaso, que ejemplifican los versos del famoso romance de  Juan del Encina (1468-1529) dedicado a la muerte del príncipe don Juan: “Triste España sin ventura, todos te deben llorar…”. Claro que no es cuestión de ventura, ni de suerte, sino de carácter, apertura al exterior  y buenas prácticas. ¿Qué país queremos dejar a nuestros hijos? ¿Y qué estamos dispuestos a sacrificar por ellos? ¿Cuáles son los límites de la solidaridad intergeneracional? Y en definitiva, ¿qué ambición de progreso, libertad y cultura nos mueve? Hay ejemplos claros en el contexto europeo – Alemania y Suecia, sin ir más lejos – que han optado por una industria de alto valor añadido, por una tecnología e investigación de referencia y por una enseñanza exigente. Se trata de una cuestión de voluntad y de inteligencia; esto es, de convicción.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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