¿Qué podemos aprender del pasado?

por | Ene 18, 2013 | Animal Social | 0 Comentarios

Leyendo el polémico libro de Jared Diamond, The world until yesterday. What can we learn from traditional societies? (El mundo hasta ayer: ¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales), me ha llamado la atención una de sus ideas. Diamond – que trabaja como profesor de Geografia en la Universidad de California – sostiene que la soledad era una experiencia desconocida para el hombre primitivo y que, por lo tanto, se trata de una característica propia de la cultura moderna. Probablemente tenga razón. Si comparamos el patrón demográfico de Europa, las familias del pasado eran mucho más numerosas. No sólo se tenían más hijos, sino que además los movimientos migratorios – aunque abruptos – resultaban menos habituales que ahora. Los niños se educaban entre hermanos, primos y, muy a menudo, en la calle jugando con los vecinos.

La antropóloga Sara Blaffer Hrdy argumenta en su fundamental Mothers and others (Madres y otros) que el hombre jamás hubiera logrado evolucionar sin lo que ella denomina la “crianza cooperativa”. En su lucha por la supervivencia de sus hijos, las madres necesitaban la ayuda de las abuelas, las hermanas, las primas, los vecinos y así hasta implicar a la tribu entera. Cabe pensar que la socialización tuvo lugar como una evidente ventaja evolutiva que permitió a la especie humana superar muchas de sus limitaciones. Así la tesis de Diamond adquiere un renovado sentido: la inteligencia nos hizo sociables, al mismo tiempo que posibilitó el desarrollo de otras capacidades como el amor o la ética.

Nosotros, en cambio, vivimos en una época completamente diferente. Para empezar, las familias son más pequeñas. Al romperse los matrimonios, muchos niños crecen con uno sólo de sus progenitores; escasean los hermanos; y, además, no es extraño que el familiar más cercano se encuentre – por motivos laborales o de otro tipo – a cientos de kilómetros de distancia. Cuando yo era un crío, la mayoría de nosotros jugaba en la calle y, normalmente, caminábamos a la escuela con los amigos. Ahora, en cambio, la máxima libertad de la que gozan nuestros hijos es ir al parque – junto a sus padres – o participar, más adelante, en algún deporte a través de un club. La televisión, el ordenador, el colegio – con su horario regulado – y las actividades extraescolares han ido sustituyendo a esa familia ampliada sobre la que reflexiona Diamond. Una de las consecuencias obvias de este cambio cultural es que la búsqueda de algo que nos identifique se convierte en una labor perentoria: una nación, un credo, una ideología, un estilo… Sin ese apego a la identidad, parece que nos sentimos irremediablemente solos.

Quizá una de las pocas lecciones que podamos extraer de la actual crisis económica sea la urgencia de recuperar los valores compartidos de la sociedad. Nuestras ideas, nuestros gustos y nuestras costumbres surgen en gran medida del encuentro con las personas que nos rodean. Frente a la tentación del hiperindividualismo, la historia nos enseña que la inteligencia moral es, por fuerza, colectiva. Nacemos en la precariedad de un parto, frágiles y enfermizos, necesitados de ayuda. Esa debilidad no nos abandona nunca del todo, ni en el trabajo, ni en la familia, ni en el amor, ni en la muerte. La soledad nos empobrece, como bien sabían las tribus primitivas. Y, en realidad, también sabemos nosotros.

Artículo publicado en Diario de Mallorca.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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