El low cost

por | Dic 20, 2012 | Animal Social | 0 Comentarios

Creo que la primera persona que habló de una generación low-cost, para referirse a los treintañeros, fue la novelista mallorquina Llucia Ramis. Ramis describía a una generación Ikea, amante del diseño y de la modernidad, urbana y consumista, que se ve obligada a comprar marca a bajo precio. Entre las características culturales del movimiento habría que destacar la importancia del logo, el gusto por lo moderno y la escasez pecuniaria. Como los muebles de Ikea, el low-cost no nace para durar ni es hijo de la austeridad. Aprecia el lujo y lamenta su escasez. En este sentido, actúa como una estrella fugaz que luce en su inicio para apagarse después. ¿Dónde permanecen entonces los ritos perdurables?

En la ecuación low-cost actúan dos factores: la falta de dinero y el instinto consumista. Iba a decir que los dos van de la mano, pero quizás no sea exactamente así. Si una de las causas de la crisis se encuentra en el excesivo endeudamiento, la política del bajo coste estimula un renovado consumismo sobre parámetros similares al anterior: vivir nómina a nómina, cheque a cheque, manteniendo la loable pasión juvenil del cambio. Atrás quedan otras virtudes inherentes a la civilización burguesa – véanse al respecto los ensayos fundamentales de Deirdre McCloskey -, el ahorro, la moderación, la consistencia, la solidez…

El futuro parece condenado a un compromiso entre el lujo y el bajo precio. Hablo de tendencias, por supuesto. Sin embargo, uno se pregunta si también nos gustaría una sanidad, unas pensiones o una enseñanza low-cost. El problema del consumismo exacerbado es que lleva aparejada su propia extinción. Resulta inevitable que – como sociedad – cambiemos algunos de nuestros hábitos, recuperando la centralidad del ahorro. La generación que se educó en el 29 aprendió la difícil lección de la austeridad. Nosotros – y me incluyo – todavía no. Antes, por supuesto, habrá que depurar los kilos y kilos de grasa, las estructuras poco eficientes, la sobredosis inflacionista que afecta a los servicios profesionales y a la cesta de la compra. Quiero decir que una parte de la cultura low-cost surge de la alta inflación que lastra a nuestra economía, con sus consecuencias sobre el poder adquisitivo de los ciudadanos. Aunque de modo transversal, todo se conecta: el low cost con las dificultades y los costumbres de la clase media, la atomización social con la falta de músculo financiero, la inflación con el empobrecimiento del país.

Artículo publicado en Ambos Mundos.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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