Los grandes solitarios

por | May 22, 2012 | Animal Social | 0 Comentarios

Sin los grandes solitarios la cultura no tendría el mismo rostro. Pienso en las melodías de Dowland cantadas por Gérard Lesne, en el Bach de Tatiana Nikolayeva, en Beethoven y sus últimos cuartetos. Pienso en la fotografía de Bernard Plossu dialogando – en Valencia o Burdeos – con la pintura de Marcelo Fuentes. Pienso en la cotidianidad de Vermeer y en el pájaro solitario de Velásquez. Pienso en la poesía de Emily Dickinson y en el cine de Dreyer. La soledad del artista contrasta con la cultura asertiva de nuestros días, tan banal en muchos aspectos. Se podría apuntar su coincidencia con la civilización del espectáculo, de la que trata Mario Vargas Llosa en su último ensayo, mientras se celebra por todo lo alto el ideal de la extroversión. Tiene sentido. Los valores extrovertidos subrayan los aspectos más visibles de la vida: el dinero, el éxito, la fortaleza, el deporte, la sociabilidad. En su ensayo Quiet: The Power of Introverts in a World That Can’t Stop Talking, Susan Cain, reclama, en cambio, la sensibilidad del introvertido para enriquecer nuestra percepción del mundo. Un introvertido busca la soledad precisamente porque le permite guardar una distancia con aquello que ama. De este modo, en el silencio de su gabinete, respeta el profundo misterio de la realidad, se acoge a ese oír verdadero – en definición de san Agustín – que dialoga con la belleza. Ahí se manifiesta la sutilidad que se contrapone a la fuerza. El arte es cuestión de matices. La cultura y la inteligencia también. Para aprender a apreciar la infinita riqueza del mundo, necesitamos el recogimiento.

Sin embargo, nuestra sociedad se define por lo contrario. El ruido inunda las calles, el ocio se vulgariza, los tímidos son sospechosos de falta de carácter. Incluso a nivel político, un gobierno compuesto por ciudadanos prudentes y un punto dubitativos sería acusado de debilidad por la oposición. Los valores en alza son otros, con los coach prescribiendo las bondades del networking, última manifestación del instinto cortesano. Pero si recorremos la historia de la cultura – de los salmos a las lamentaciones de Jeremías, de la melancolía barroca a la sobria pintura flamenca –, descubriremos que las emociones más hondas se han forjado en la intimidad asombrada del hombre. La tradición del judaísmo, con acierto, ha hablado de la mirada acuosa de las lágrimas como la luz que alumbra el arte, la comprensión y el amor. Las lágrimas nos enseñan a compadecernos del sufrimiento ajeno, nos desvelan la profundidad de los sentimientos y, en definitiva, nos humanizan. Sin ese instinto introvertido, el mundo quedaría limitado a una especie de mecánica social o a la fría precisión del técnico. Daríamos la espalda al pasado, pero también a lo más excelso de nosotros: el poder de la palabra, la belleza de la pintura, la fascinación ante el universo, el amor a los débiles, la intimidad humana que nos conforma.

Artículo publicado en Ambos Mundos.

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

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