Benjamin Franklin

por | Mar 10, 2011 | Animal Social | 1 Comentario

«En su exquisita autobiografía, Benjamin Franklin cuenta cómo en 1731 fundó en Filadelfia la primera biblioteca pública de los Estados Unidos. La biblioteca abría los sábados por la tarde, de cuatro a ocho, y en su catálogo se encontraban, además de novelas, títulos de geografía e historia, filosofía, teología y poesía. El lema que adoptaron los socios era simple y revelador: “Apoyar el bien común – decía – es una labor de los dioses.” El préstamo era libre y pronto pudo comprobar, anota Franklin en sus memorias, de qué modo, gracias al servicio que prestaban, la conversación general de los americanos había mejorado “hasta el punto de que los tenderos y los agricultores razonan al mismo nivel que cualquier caballero de Francia o de Inglaterra”. No es algo que deba extrañarnos. La inteligencia es una herramienta fundamentalmente lingüística. Pensamos por medio de palabras y dentro del marco de nuestra capacidad gramatical y sintáctica. Al hilvanar nuestras emociones vamos tejiendo el hilo de la identidad. La neurociencia sostiene que pensamos en red – de las sinapsis neuronales al razonamiento ético – y uno de los indicadores más fiables para calibrar el futuro coeficiente intelectual de un niño es la riqueza de su vocabulario. “Mi cultura es exactamente el fruto de la imprenta – escribe Ramón González Férriz en Letras Libres-. La Ilustración, la libertad de pensamiento, el laicismo y la democracia –nuestra civilización– son inventos del papel impreso”.Sin el lenguaje, sencillamente, el hombre no existiría».

Daniel Capó

Daniel Capó

Casado y padre de dos hijos, vivo en Mallorca, aunque he residido en muchos otros lugares. Estudié la carrera de Derecho y pensé en ser diplomático, pero me he terminado dedicando al mundo de los libros y del periodismo.

1 Comentario

  1. En estos tiempos de internet muchos niños ya no saben qué es una biblioteca. Recuerdo con nostalgia las largas, pero apacibles tardes, que pasaba en mi pubertad y adolescencia en la biblioteca de mi pueblo. No era una gran biblioteca y, desde luego, no contaba con mucho presupuesto, lo que no le permitía acceder a los títulos publicados más recientemente. Como muchas bibliotecas pobres su catálogo se componía, mayoritariamente, de autores muertos, por lo general, muchos siglos atrás. Si no hubiera tenido tanta escasez de libros nunca habrían llegado a mis manos, por ejemplo, los nueve libros de la historia de Heródoto, y quizás me habría entretenido con historias menos fantásticas, más comunes, de batallitas interplanetarias. El préstamo de libros se limitaba a dos ejemplares, y se quedaba corto algunos días de vacaciones escolares de verano. Bien es cierto que solo sintonizábamos un canal de televisión, no podíamos navegar por la web y no se habían inventado los videojuegos. Obtener un pequeño tiempo de silencio cada día parece hoy un lujo imposible, a pesar de que no hay nada más barato. Pero sin silencio no hay lectura, sin lectura no hay pensamiento elaborado, y sin pensamiento elaborado no tenemos auténtico control de nuestra vida.

    Gracias Daniel por recordarnos, vía Franklin, la virtud de la lectura.

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